sábado, 9 de julio de 2022

MI GENERACIÓN PERDIDA

"Nacimos sin dudas, convencidos, dando por hecho la libertad que por derecho nos correspondía. Y nos lo creímos, ingenuos, cándidos, palurdos, y dijimos sí a todo lo que no convenía negar. Vimos la luz (década arriba, década abajo), al mismo tiempo que El fin de la historia y el último hombre de Francis Fukuyama, a la vez que la Caída del Muro y su consecuente Monsters of Rock en Moscú, al unísono del silbido de una flecha flamígera que inflamara el pebetero de Barcelona 92. Los que nos precedieron nos recriminan que lo tuvimos todo; los que nos continuaron nos reprochan que no hicimos nada.

Nacimos sin deudas, cómodos, arrogantes, encogidos de hombros ante lo que parecía una verdad incuestionable: el mundo era finalmente un lugar gobernado por los buenos de las películas que nos hicieron tragar. Vimos tele y cine en VHS y DVD por un tubo: la Segunda Guerra Mundial, el Lejano Oeste, James Bond, Indiana Jones, Rambo… todo ratificaba que los malos habían perdido y fenecido, y que nosotros, por existir, pertenecíamos a los vencedores que disfrutaban del mejor de los mundos posibles: Democracia, Estado del Bienestar, Sociedad de Consumo, Imperio de la Ley, Derechos Constitucionales… no era jauja pero casi; era lo que nos merecíamos.

Y fuimos a la escuela no tanto a aprender sino a dejarse enseñar (...). El conocimiento no era la conquista última de un espíritu individual, sino el consenso conveniente a acatar por contrato social. Educarse no es más que repetir los errores de otro en el entorno controlado del colegio, y así empezaron a medirnos: con números, notas, notables, bienes, aprobados raspados, ochos, ceros, nueves, progresa adecuadamente o necesita mejorar.

Y así también nos empezamos a medir entre nosotros: se aspiraba a ser ingeniero, abogado, médico, o a trabajar en eso de la informática, que decían que era el futuro. (...) Y así, mi generación encaró el siglo XXI, sin más expectativas que la inercia derivada de la huida hacia delante de la posmodernidad. ¿Qué hacer? Pues lo que hacen los otros: fingir que se hacen cosas y que son importantes.

Y no preguntes. Estudiar para trabajar; trabajar para tener dinero; tener dinero para formar una familia; formar una familia para que tus hijos sigan con este rollo. (...) Entonces llegó el año 2020. Nos estábamos haciendo egoístas cábalas, trazando locos planes de realidad virtual, echando la cuenta de la lechera posmoderna; ’En diez años pago el piso’, ‘A ver si apruebo la oposición y me dan plaza’, ‘El año que viene nos casamos’, ‘Cuando me hagan fijo me compro el BMW’, ‘Si pierdo cuatro kilos, los leggins me sentarán requetebién’; y en plena fantasía disparatada que identificamos como nuestra vida, se plantea una guerra que va mucho más allá de una supuesta pandemia del nuevo coronavirus: una gran guerra al modo épico y espiritual, como la de Troya o la de la Bhagavad Gita.

El mismo sistema que nos ha parido, criado y cebado, ahora quiere sacrificarnos. (...) ¿Cómo admitir que el sistema ese al que a capa y espada hemos defendido, ahora nos quiera eliminar como ratas? ¿Cómo es posible que el Estado que creíamos que velaba por nosotros ahora nos mienta y engañe a traición? ¿En qué cabeza cabe que los poderes públicos se confabulen entre ellos para nuestra merma y aniquilamiento? ¿Qué mente retorcida puede pensar que estas instituciones tan nobles y esplendorosas (académicas, científicas, sanitarias, judiciales…) su vuelvan contra los ciudadanos? ¿Cómo creerse que alguien, de forma premeditada y controlada, nos esté matando? Pues créetelo, chaval. Eso es exactamente lo que está ocurriendo. Y si no consigues verlo, quizás sea mejor así a estas alturas: la muerte que nos reservan no resulta más miserable que la vida a la que nos han sometido".

Lomas Cendón

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