Klaus Schwab
En ciertos foros de Internet que frecuento con delectación de voyeur filosófico, veo que se repite desde hace tiempo una pregunta, formulada con impaciencia creciente. Dicen los interesados que, en el foro en cuestión, viene asegurándose desde años ha que el derrumbe del Sistema es algo ya absolutamente inminente. Sin embargo -observa el enfadado usuario-, "en mi ciudad las terrazas de los restaurantes están más llenas que nunca", tras la pandemia Barcelona está más llena que nunca de turistas y, a pesar de la guerra de Ucrania y la inflación, los aeropuertos europeos se encuentran a rebosar. De manera que, ¿dónde está la crisis, dónde está el supuesto final, según los agoreros ya tan próximo, de nuestra civilización?
Los descreídos del apocalipsis anunciado siguen confiando en la resistencia a prueba de bomba de la civilización occidental. ¿No iba a hundirse todo tras la crisis financiera de 2008? Pues no, al final no se hundió. Por aquellas fechas, el destacado economista Santiago Niño Becerra publicó un libro con el título El crash de 2010. A la vista está que no hubo crash alguno. El Banco Central Europeo de Mario Draghi hizo “todo lo necesario, y créanme que será suficiente” -Draghi dixit– para salvar al Sistema. Venga comprar deuda pública de los Estados más endeudados, venga mantener los tipos de interés bajísimos o incluso negativos, venga darle a la impresora mágica del dinero fiat. ¿Que el castillo de naipes o estafa piramidal del dinero fiduciario, no respaldado ni por oro ni por bien tangible alguno, seguro que va a derrumbarse? Bueno, se viene diciendo eso desde hace años y todavía no ha ocurrido. Y ahora, después de amenazar con dejar de comprar nuestra deuda en julio, resulta que el BCE va a extender un año más su programa de compra de deuda, salvando así de paso a nuestro inefable presidente. Así que, bueno, ¿no podríamos seguir tirando del mismo modo muchos años más? ¿Será posible que lleguemos, digamos, a 2035, con los inevitables sobresaltos internacionales de turno -aunque, ¿en qué época de la historia no los ha habido?-, pero comprobando aliviados que, como decía aquella canción, la vida sigue igual?
Pues no, me parece que no, pese a las apariencias de insumergibilidad de nuestro particular Titanic europeo-otanista: la vida no va a seguir igual. Y no va a seguir igual porque ya lleva más de dos años “no siguiendo igual”. Ya hemos asistido a la primera fase del plan de las élites globalistas para efectuar una demolición controlada del sistema capitalista occidental, y de la democracia liberal tal como la conocemos, con la intención de dar paso a un tecno-comunismo planetario bajo mando de un único Gobierno Mundial. Klaus Schwab lo ha dicho sin ambages en la reciente reunión del Foro de Davos: “El futuro no simplemente sucede. El futuro nos pertenece a nosotros, una minoría poderosa que le da forma”.
Primero hemos asistido a la operación Covid-19, planeada desde 2010 por la Fundación Rockefeller, anunciada por el profeta Bill Gates en 2015 y finalmente ensayada en Nueva York en octubre de 2019, y cuyo verdadero objetivo era la inoculación de toda la población mundial con las así llamadas “vacunas”. Un país como Australia ha llegado a implantar una verdadera dictadura orwelliana, una distopía covidiana que la valiente oposición de los ciudadanos canadienses, franceses, alemanes, austríacos etc. ha impedido extender, como se pretendía, a otras partes del mundo.
Desde febrero de 2022, al psicodrama planetario en curso se le ha añadido el elemento de la guerra de Ucrania: una guerra querida y perseguida por la OTAN desde hace años, con una continua expansión hacia el Este que antes o después tenía que provocar en Rusia la consiguiente reacción. La escasez de materias primas, el deterioro de las cadenas de suministro, la inflación galopante, el peligro real del uso de bombas nucleares -al menos de tipo táctico-: todo esto ha sido querido, previsto y programado por las élites globales, por la OTAN y por la Unión Europea, que quieren derrocar a Putin y hacerse con el control del gigante ruso, igual que hoy Ucrania ya es, desde hace años, un Estado-títere teledirigido de facto desde Londres y Washington. La consigna general es la de crear conflictos, exacerbar tensiones, empobrecer a la población y llevar a ésta a un punto de estrés -incluso hasta el hambre real- que permita la implantación de las leyes dictatoriales de control sobre los humanos (incluyendo el microchip subcutáneo obligatorio y la supresión del dinero físico) desde hace tanto tiempo deseadas por la élite global.
Así que el actual bullicio de las terrazas de Barcelona y los aeropuertos otra vez llenos de turistas no constituyen más que un nuevo espejismo. Estamos en una época de fin de ciclo y de descomposición: los tremendos incidentes en Saint Denis con motivo de la final de la Champions League son una muestra tanto del fracaso social del Estado francés como de la situación comatosa de todo un continente. El leit motiv de nuestro tiempo es el del conocido lema masónico: Ordo ab Chao. Creemos primero el caos, y del caos surgirá entonces, reclamado por sus propias víctimas, la posibilidad de un nuevo orden…, de un orden ferozmente tiránico. El horizonte final está en el año 2030; pero en esa nueva década prodigiosa, iniciada en marzo de 2020, deberán alternarse las crestas de tensión y los valles de un cierto relax. En el verano de 2022 vamos a estar -todo apunta en tal dirección- en uno de estos valles. Las élites han dado por finalizado lo más sustancial de la fase Covid, habiendo alcanzado buena parte de sus objetivos. Ahora queda que las vacunas de ARNm vayan surtiendo sus insidiosos efectos en diferido, convenientemente camuflados por una casta médica cómplice, mientras los medios de comunicación mainstream juegan con la cortísima memoria del ciudadano promedio para hacerle olvidar su vergonzosa participación en la gran farsa covidiana. Y, mientras los europeos nos vamos de cañas y pintxos al cuco gastrobar donostiarra o de crucero a la costa amalfitana, quedamos a la espera de los acontecimientos ucranianos de cara a una más que probable crisis energética en el próximo otoño.
Y por cierto: al tiempo que todo esto pasa, desde las alturas de algún rascacielos el perverso Klaus Schwab conversa con su amigo el filósofo globalista Yuval Harari, tan celebrado desde hace años por su Homo Deus. Ambos saben cuál es el futuro al que quieren dirigirnos: una sociedad humana numéricamente mucho más reducida, regida por la filosofía transhumanista y con los humanos integrados en una mente-colmena y permanentemente controlados por una Inteligencia Artificial de alcance planetario. Una sociedad eficiente como un almacén logístico de Amazon, pero completamente deshumanizada.
No sabemos cuál será la next catastrophe anunciada por la portada profética de The Economist, la revista de los Rothschild y los Agnelli, verdaderos amos ocultos del mundo, sabios sacerdotes de la religión global del dinero. ¿Nueva pandemia artificialmente creada, apagón de Internet, virus informático global, guerra nuclear en Europa entre Rusia y la OTAN, hambruna en África por insuficiencia de grano y masivas oleadas migratorias, macro-atentado terrorista de falsa bandera en Jerusalén, o tal vez algún cisne negro a lo Nassim Taleb, algo no previsto por nadie y que lo cambie todo? Con el ritmo de sobresaltos que llevamos, ¿quién sabe cómo estará el mundo en el verano de 2025? Mientras tanto, puede que muchos se refugien en una hedonista huida hacia adelante que los vuelva a llevar de vacaciones a algún destino exótico, como en los buenos tiempos prepandémicos; pero eso no cambia la verdad de fondo, a saber: que asistimos actualmente a una auténtica guerra contra la Humanidad y a los estertores postreros de lo que solemos llamar “la civilización occidental”.
Y, ¿qué vendrá después? No lo sabemos, nadie puede saberlo. Klaus Schwab y Yuval Harari imaginan un futuro transhumanista, combinado con un tecnocontrol de los individuos según el modelo del hormiguero social chino. Sin embargo, los globalistas distan de tener todos los triunfos en la mano. Sin ir más lejos, vemos cómo las sanciones contra Rusia, impulsadas por Occidente, no alcanzan, ni mucho menos, un consenso generalizado entre los países de la ONU. Existe el Foro Económico Euroasiático, existen los países BRICS, existe toda una alternativa real al imperio sionista anglonorteamericano que pretende conservar su hegemonía sobre el mundo. Y, más allá de esto, existe también dentro del propio Occidente todo un movimiento social de resistencia y oposición a los planes del globalismo masónico que pretende hoy terminar lo que empezó con la Revolución Francesa: el reinado de la Razón que exige la destrucción de la Tradición. Una filosofía masónica combinada actualmente, por cierto, con un ecofascismo de raíces romántico-germánicas que deifica a Gaia-La Naturaleza y entiende al ser humano como un indeseable virus depredador y antiecológico a erradicar. Desde todo este conglomerado de ideas no resta más que un paso para llegar al animalismo, al veganismo, al movimiento LGTB, al antiespecismo, a las “familias multiespecie”, al feminismo radical y a la teoría del Gran Reemplazo, construcciones ideológicas tan apoyadas y financiadas por George Soros. Supuestamente, en pos de una “sociedad abierta”, según el término acuñado por su maestro, Karl Popper. En realidad, como parte de un proyecto para destruir nuestra civilización.
Como decimos, existe dentro del propio Occidente todo un movimiento de oposición a los planes globalistas. Instituciones como el Instituto Tavistock trabajan con la ventana de Overton para ir introduciendo, poco a poco y hábilmente, cambios que hace un tiempo habrían sido inimaginables. Las mentes de millones de occidentales, desprovistas de bases espirituales auténticas, están prestas al engaño y la obediencia. Y, sin embargo, una poderosa minoría se encuentra en proceso de construcción. Sólo le falta alcanzar el punto de masa crítica. La Hoja de Ruta globalista queda muy bien en los documentos de la Fundación Rockefeller: como se sabe, el papel lo aguanta todo. Ahora bien, los seres humanos se resisten tenazmente a que les roben el sentido de la vida, la belleza del mundo, aquello que nos hace genuinamente humanos. Muchos lo intentaron en el pasado y no lo consiguieron. Y además, por supuesto, hay que contar también con la intervención misteriosa de la Providencia. Porque no, no somos náufragos solitarios en el universo, no estamos solos en este misterio inconmensurable que nos rodea.
Creo firmemente que, aunque tengamos que afrontar en los próximos años pruebas muy dolorosas, lo que nos espera finalmente es un futuro radiante. No un triste mundo postapocalíptico, no una dictadura planetaria triunfante, sino un mundo humano de belleza, paz y unión. Un futuro que no llegará simplemente por nuestros méritos, pero tampoco sin nuestro trabajo. Un trabajo que hoy exige la firme oposición a los planes de las élites globalistas, pero también imaginar y proponer desde ya una nueva forma de entender la vida y la sociedad.
A fe que la Humanidad nunca tuvo ante sí un reto tan apasionante.
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